San Pablo de Tarso.
San Pablo
(Introducción)
es llamado el «Apóstol de los gentiles», el «Apóstol de las naciones», o simplemente «el Apóstol».Fundador de comunidades cristianas, evangelizador en varios de los más importantes centros urbanos del Imperio Romano tales como Antioquia, Corinto, Efeso y Roma, y redactor de algunos de los primeros escritos canónicos cristianos —incluyendo el más antiguo conocido, la Primero Epistola a los Testalonisenses—, Pablo constituye una personalidad de primer orden del cristianismo prinitivo, y una de las figuras más influyentes en toda la historia del cristianismo
Los esfuerzos de San Pablo para
llevar a buen fin su visión de una iglesia mundial fueron decisivos en la
rápida difusión del cristianismo y en su posterior consolidación como una
religión universal. Ninguno de los seguidores de Jesucristo contribuyó tanto
como él a establecer los fundamentos de la doctrina y la práctica cristianas.
Biografía
Las fuentes fundamentales acerca de la vida de San
Pablo pertenecen todas al Nuevo Testamento: los Hechos de los Apóstoles y las catorce Epístolas que se le atribuyen, dirigidas a diversas
comunidades cristianas. De ellas, diversos sectores de la crítica bíblica han
puesto en duda la autoría paulina de las llamadas cartas pastorales (la primera
y segunda Epístola
a Timoteo y la Epístola a Tito), en tanto que existe una práctica unanimidad en
considerar la Epístola
a los hebreos como escrita por un autor
diferente. Pese a la disponibilidad de tales fuentes, los datos cronológicos de
las mismas resultan vagos, y cuando existen divergencias entre los Hechos y las Epístolas se
suele dar preferencia a estas últimas.
Saulo (tal era su nombre hebreo)
nació en el seno de una familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de
cultura helenística que poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos.
Después de los estudios habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo
fue enviado a Jerusalén para continuarlos en la escuela de los mejores doctores
de la Ley, en especial en la del famoso rabino Gamaliel. Adquirió así una
sólida formación teológica, filosófica, jurídica, mercantil y lingüística
(hablaba griego, latín, hebreo y arameo).
No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año
30, en el momento de la crucifixión de Jesus de Nazareth; pero habitaba en la
ciudad santa seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban,
mártir de su fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida
por la más rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo se significó
por aquellos años como acérrimos perseguidor del cristianismo, considerado
entonces una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven
Saulo de Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se
ofreció además a vigilar los vestidos de los asesinos.
La conversión
Los jefes de los sacerdotes de Israel le confiaron
la misión de buscar y hacer detener a los partidarios de Jesús en Damasco. Pero
de camino a esta ciudad, Saulo fue objeto de un modo inesperado de una
manifestación prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz,
arrojado a tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de
Jesucristo (36 d. C.). Según el relato de los Hechos de los Apóstoles y de varias de las epístolas del propio
Pablo, el mismo Jesús se le apareció, le reprochó su conducta y lo llamó a
convertirse en el apóstol de los gentiles (es decir, de los no judíos) y a
predicar entre ellos su palabra.
Tras una estancia en Damasco (donde,
después de haber recuperado la vista, se puso en contacto con el pequeño núcleo
de seguidores de la nueva religión), se retiró algunos meses al desierto (no se
sabe exactamente adónde), haciendo así más firmes y profundos, en el silencio y
la soledad, los cimientos de su creencia. Vuelto a Damasco, y violentamente
atacado por los judíos fanáticos, en el año 39 hubo de abandonar
clandestinamente la ciudad descolgándose en un gran cesto desde lo alto de sus
murallas.
Aprovechó la ocasión para marchar a Jerusalén y
ponerse en contacto con los jefes de la Iglesia, San Pedro y los demás
apóstoles, no sin dificultades, porque estaba todavía muy vivo en la Ciudad
Santa el recuerdo de sus actividades como perseguidor. Le avaló en el seno de
la comunidad cristiana San Bernabé, que lo conocía bien y quizá era pariente
suyo. Regresó después a su ciudad natal de Tarso, en cuya región residió y
predicó hasta que hacia el año 43 vino a buscarlo Bernabé. A consecuencia de
una carestía que atacó duramente a Palestina, Pablo y Bernabé fueron enviados a
Antioquía (Siria), ciudad cosmopolita donde eran numerosos los seguidores de
Jesús (allí se les había dado por primera vez el sobrenombre de
"cristianos"), para llevar la ayuda fraternal de la comunidad de
Antioquía a la de Jerusalén.
El apóstol de los gentiles
En compañía de San Bernabe, San Pablo inició desde
Antioquía el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a
Chipre y luego a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde
obtuvieron los primeros frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su
nombre hebreo para adoptar el cognomen latino
de Paulus, que llevaba probablemente desde niño como segundo apellido. Su
romanidad podía parecer oportuna para el desarrollo de la misión que el apóstol
se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles. En adelante, sería él
quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con Pablo, el mensaje
de Jesús saldría del marco judaico, palestiniano, para convertirse en
universal.
A lo largo de su predicación, San
Pablo iba presentándose sucesivamente en las sinagogas de las diversas
comunidades judaicas; pero esta presentación terminaba casi siempre en un
fracaso. Bien pocos fueron los hebreos que abrazaron el cristianismo por obra
suya. Mucho más eficaz caía su palabra entre los gentiles y entre los
indiferentes que nada sabían de la religión monoteísta hebraica. En este primer
viaje recorrió, además de Chipre, algunas regiones apartadas del Asia Menor.
Creó centros cristianos en Perge (Panfília), en Antioquía de Pysidia, en
Listra, Iconio y Derbe de Licaonia. El éxito fue notable; pero también fueron
numerosas las dificultades. En Listra escapó de la muerte sólo porque sus
lapidadores creyeron erróneamente que ya había muerto.
Entre el primer y el segundo viaje,
San Pablo residió algún tiempo en Antioquía (49-50 d. C.), desde donde marchó a
Jerusalén para asistir al llamado "Concilio de los Apóstoles". Las
cuestiones que iban a tratarse en el concilio eran de una gravedad difícilmente
concebible en nuestros días. Había que dilucidar la licitud de bautizar a los
paganos (algunos judeo-cristianos se oponían aún a tal iniciativa), y, sobre
todo, establecer o rechazar la obligatoriedad de los preceptos judíos para los
conversos que procedían del paganismo. El éxito de su labor evangelizadora
permitió a San Pablo imponer la tesis de que los cristianos gentiles debían
tener la misma consideración que los judíos; profundo expositor del valor de la
Ley mosaica y de su importancia histórica, San Pablo defendió que la redención
operada por Cristo marcaba el definitivo ocaso de dicha ley y rechazó la
obligatoriedad de numerosas prácticas judaicas.
El segundo viaje evangélico (50-53) comprendió la
visita a las comunidades cristianas de Anatolia, fundadas unos años antes;
luego fue recorriendo parte de la Galatia propiamente dicha, visitó algunas
ciudades del Asia proconsular y marchó después a Macedonia y Acaya. La
evangelización se hizo particularmente patente en Filippos, Tesalónica, Berea y
Corinto. También Atenas fue visitada por San Pablo, quien pronunció allí el
famoso discurso del Areópago, en el que combatió la filosofía estoica. El
resultado, desde el punto de vista evangelizador, fue más bien exiguo. Durante
su estancia en Corinto, donde estuvo en contacto con el gobernador de la
provincia, Gallón (hermano de Seneca), inició al parecer San Pablo su actividad
como escritor, enviando la primera y segunda Epístola a los tesalonicenses, en las que ilustra a los fieles acerca de la
parusía o segunda venida de Cristo y de la resurrección de la carne.
El tercer viaje (53-54-58) se inició
con la visita a las comunidades del Asia Menor y continuó también por Macedonia
y Acaya, donde San Pablo Apóstol estuvo tres meses. Pero como centro principal
fue escogida la gran ciudad de Éfeso. Allí permaneció durante casi tres años,
trabajando con un grupo de colaboradores en la ciudad y su región, especialmente
en las localidades del valle del Lico. Fue un apostolado muy provechoso, pero
también lleno de fatigas para San Pablo: culminaron éstas con el tumulto de
Éfeso, provocado por Demetrio, representante de los numerosos comerciantes que
explotaban la venta de las estatuillas-recuerdo de Artemisa. San Pablo,
refiriéndose a un episodio anterior, habla de una lucha con las fieras; es casi
seguro que la expresión es metafórica, pero convergen muchos indicios en favor
de la hipótesis de una auténtica prisión.
Desde Éfeso escribió la primera Epístola a los corintios, en la que se transparentan muy bien las
dificultades encontradas por el cristianismo en un ambiente licencioso y
frívolo como era el de la ciudad del Istmo. Probablemente se sitúa en la misma
ciudad la redacción de la Epístola a los gálatas y la Epístola a los filipenses, en tanto que la segunda Epístola a los corintios fue escrita poco después en Macedonia. Desde
Corinto envió el apóstol la importante Epístola a los romanos, en la que trata a fondo la relación entre la fe y
las obras respecto a la salvación. Con ello pretendía preparar su próxima
visita a la capital del imperio.
Últimos años
Sin embargo, los hechos se desarrollaron de un modo
distinto. Habiéndose dirigido Pablo a Jerusalén para entregar una cuantiosa
colecta a aquella pobre iglesia, fue encarcelado por el quiliarca Lisia, quien
lo envió al procónsul romano Félix de Cesarea. Allí pasó el apóstol dos años
bajo custodia militar. Decidieron embarcarlo, fuertemente custodiado, con destino
a Roma, donde los tribunales de Neron decidirían sobre él. El viaje
marítimo fue, por otra parte, fecundo en episodios pintorescos (como el del
naufragio y la salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del
apóstol se impuso al fin a sus guardianes (invierno de 60-61).
De los años 61 a 63 vivió San Pablo en Roma, parte
en prisión y parte en una especie de libertad condicional y vigilada, en una
casa particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió por
lo menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los colosenses y la Epístola a Filemón.
Puesto en libertad, ya que los tribunales
imperiales no habían considerado consistente ninguna de las acusaciones hechas
contra él, reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no
es tan precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los Apóstoles, que se interrumpen con su llegada a Roma. San
Pablo anduvo por Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también
en España. De este período datarían dos cartas de discutida atribución, la
primera Epístola
a Timoteo y la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola a los hebreos. Se percibe en ellas una intensa actividad
organizadora de la Iglesia.
En el año 66, cuando se encontraba probablemente en
la Tréade, San Pablo fue nuevamente detenido por denuncia de un falso hermano.
Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la segunda Epístola a Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por
Cristo y dar junto a Él su vida por la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel,
vivió los últimos meses de su existencia iluminado solamente por esta esperanza
sobrenatural. Se sintió humanamente abandonado por todos. En circunstancias que
han quedado bastante oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como
era ciudadano romano, fue decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente
en el año 67 d. C., no lejos de la carretera que conduce de Roma a Ostia. Según
una tradición atendible, la abadía de las Tres Fontanas ocupa exactamente el
lugar de la decapitación.
El pensamiento paulino
De forma imprudente se ha exagerado en ocasiones la
significación de la obra de San Pablo: algunos lo consideraron como el
auténtico fundador del cristianismo; otros lo acusaron de ser el primer
mixtificador de las enseñanzas de Jesucristo. Es cierto que trabajó más
que los demás apóstoles y que, en sus cartas, sentó las bases del desarrollo
doctrinal y teológico del cristianismo. Pero su realmente meritoria labor, de
la que él mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido
intérprete e incansable propagandista del mensaje de Jesús.
A San Pablo se debe, más que a los otros apóstoles,
la oportuna y neta separación entre El cristianismo y el judaísmo; y es
falso que tal separación se alcanzara mediante la creación de un sistema
religioso especial, que habría sido elaborado bajo la influencia de la
filosofía griega, del sincretismo cultural o de las numerosas religiones de
misterios. En el curso de sus viajes evangelizadores, San Pablo propagó su
concepción teológica del cristianismo, cuyo punto central era la universalidad
de la redención y la nueva alianza establecida por Cristo, que superaba y
abolía la vieja legislación mosaica. La Iglesia, formada por todos los
cristianos, constituye la imagen del cuerpo de Cristo y debe permanecer unida y
extender la palabra de Dios por todo el mundo.
El vigor y la riqueza de su palabra están
atestiguados por las catorce epístolas que de él se conservan. Dirigidas a
comunidades o a particulares, tienen todos los caracteres de los escritos
ocasionales. En ningún caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son
una poderosa síntesis de la enseñanza evangélica expresada en sus más claras
verdades y hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de vista literario,
debe reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega
al peso de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus
argumentaciones, y su temperamento místico se eleva hasta la contemplación y
alcanza las cumbres de la lírica en el famoso himno a la caridad de la
primera Epístola
a los corintios.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de
Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo mediterráneo, facilitando
su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo tiempo,
esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de
Jesús, razón por la que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo
teológico del cristianismo (debido a la inclusión de sus Epístolas, se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los
libros que, junto con Los evangelios, componen el Nuevo Testamento).
Proceden de la interpretación de San
Pablo ideas tan relevantes para la posteridad como la del pecado original; la
de que Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su
sufrimiento puede redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo
Dios y no solamente un profeta. Según San Pablo, Dios concibió desde la eternidad
el designio de salvar a todos los hombres sin distinción de raza. Los hombres
descienden de Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la
muerte; pero todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados
y recibirán, en la resurrección, un cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta
vida, la liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga y la certeza
de una futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana
el rechazo de la sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían
aparecido en las predicaciones de Jesucristo.
En llamativo contraste con su
juventud de fariseo intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y
celoso de las prerrogativas espirituales de su pueblo, San Pablo dedicaría toda
su vida a "derribar el muro" que separaba a los gentiles de los
judíos. En su esfuerzo por hacer universal el mensaje de Jesús, San Pablo lo
desligó de la tradición judía, insistiendo en que el cumplimiento de la ley de
Moisés (los mandatos bíblicos) no es lo que salva al hombre de sus pecados,
sino la fe en Cristo; en consecuencia, polemizó con otros apóstoles hasta
liberar a los gentiles de las obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo
(incluida la circuncisión).
Paz y Bien.
Excelente trabajo
ResponderEliminarMe gusto mucho pude saber mas sobre San pablo y el pensamiento paulino
ResponderEliminarbuen trabajo, me gustaron mucho las imagenes
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